martes, 13 de agosto de 2013

Tres tresmiles. Mulhacén - Alcazaba - Veleta

    Desde el día que mantuvimos la conversación con el porteador de los caballos en la subida al Mulhacén en agosto de 2012, no dejé de pensar en que volvería a Sierra Nevada para intentar hacer algo gordo. Él nos comentó que subía mucho también a los picos de Alcazaba y Veleta, y yo pensé que habría que hacerlos todos. Los tres. De una tacada.
   He estado un tiempo alejado de la montaña, muy a mi pesar, por causa de una lesión que está haciendo muy farragoso retomar el deporte. La recuperación de una operación de LCA (Ligamento Cruzado Anterior) es, sinceramente, una enorme y grandiosa mierda gigante. Han pasado ya diez meses y todavía no tengo la rodilla en plena forma, si es que alguna vez la tuve, claro.
   En fin. He llegado justo, pero he llegado. La ilusión es un as bajo la manga que siempre uso y esta vez, más que nunca, necesitaba de ese empujón para poder llevar a cabo lo que ya es una realidad: hacer una ruta que pase por los tres picos más altos y emblemáticos de Sierra Nevada (Mulhacén 3.482 m, Alcazaba 3.371 m y Veleta 3.398 m, siendo el primero, tercero y quinto más altos de la Península Ibérica). Todo un reto.
    Desde un sillón, enfrente del ordenador, en casita, se sacan las cuentas muy bien.
La realidad, es algo distinta. La gente sube rutas a wikiloc y uno es libre de creer en la dificultad que marcan sus creadores. Ya me he topado con algunas en las que sacan pecho usando frases como "ruta de fácil conexión y directa..." o "enlace sencillo entre...", y luego llegas allí, a 350 kilómetros de casa y 3.000 metros de altura y piensas: "¿cómo? por ahí va a pasar tu puta madre, malnacido soberbio hijo de perra". Sólo te queda girar 180º, y otear el terreno en busca de una senda que rodee ese barranco escarpado o un alma caritativa que te indique de la locura que estabas a punto de cometer y una nueva ruta más larga, pero accesible al común de los humanos.
   También cabe destacar la amabilidad de algunas personas que se vuelcan en ayudarte, resolviendo cuestiones que les planteas por internet, cediendo su tiempo, e incluso en la misma montaña, deshaciendo un poco de su camino para facilitar tu objetivo. Gracias.
    La ruta consiste en un recorrido de unos 41 kilómetros, recorridos en 19 horas (sin contar la pernocta) y un desnivel de 6.700 metros, mitad positivo, mitad negativo, ya que acaba donde empieza.
    A falta de casi una hora de coche, divisé a lo lejos la primera toma de contacto con Sierra Nevada y exclamé: "¡mirad, queda un montón de nieve!", a lo que se me respondió: "...que va a ser eso nieve...".
Juzguen:


    Partimos desde el aparcamiento del refugio militar de la Hoya de la Mora, sobre las 14:00 horas del viernes, 26 de Julio de 2013. El clima era genial. El sol picaba bien al estar parado, pero la brisa era fresquita, supongo que por toda la nieve que quedaba todavía, inusual en esta época del año, en el que las nevadas han llegado hasta finales de abril. De aquí hasta el refugio que hay cerca del pico del Veleta, pasando por la Virgen de las Nieves, vamos por una senda que va atravesando el zigzag que hace la carretera. Es una zona muy transitada, ya que es una subida muy progresiva y accesible a todo el mundo.

Vamos dejando a mano derecha todas las lagunas, pistas de esquí e instalaciones, yendo acompañados todo el tiempo por el sonido de los arroyos formados por el incesante deshielo. Es incomprensible que con este sol quede tanta nieve todavía.
    Evitamos a posta el pico del Veleta, que dejaremos para la vuelta. Una vez pasado el refugio de la carihuela ya no hay signos de civilización y se empieza a disfrutar más del paisaje, cambiando los postes eléctricos, empalizadas, telesillas y construcciones por arroyos, sendas, nieve, montañas, lagunas y vistas increíbles. Está todo muy muy bonito.



    Ya mismo es cuando comenzamos a cruzar neveros que se han acumulado encima del camino y a divisar los picos de Mulhacén y Alcazaba, nuestros primeros objetivos.



    En un principio, la idea era subir el Mulhacén, Alcazaba y volver hasta la laguna de la Caldera, para dormir en el refugio. Eso fue completamente imposible. Poco a poco fui dándome cuenta de que los contratiempos que iban surgiendo se comieron con creces el amplio margen de error con el que contaba.
La nieve, al ser viernes, no estaba pisada ni transitada en días, añadiendo un pequeño plus de dificultad para sufrir algún resbalón. Aunque mis dos compañeros fueron advertidos de antemano, no fueron provistos ni de palo, ni de un calzado adecuado para cruzar por ciertos sitios, que aunque no fuesen de dificultad extrema, ni mucho menos, tampoco hacían agradable y sencillo el tránsito. He ahí el primer contratiempo.


    Al llegar a la laguna de la Caldera, la senda bordeaba por la izquierda, pero estaba cubierta de nieve en un tramo que rondaría los cien metros de longitud y con una caída de otros tantos, completamente cubierta también de nieve y una pendiente muy considerable hasta el glaciar. Esto, sin ir preparados, la verdad era un poco arriesgado, pero no imposibilitaba su tránsito, que sin prisa, hubiésemos pasado de no toparnos de bruces con la negación de un componente, produciendo mi abnegación. Esto generaba dos soluciones. La primera y más sencilla era continuar por un camino hasta no se sabía cuando y volver hasta el refugio, sorteando la loma. Esta opción la descarté por completo, perderíamos horas quizás y no estaba por la labor, antes de haber hecho ni un sólo pico, de ir tirando el tiempo de cualquier manera. La segunda opción, la que llevamos a cabo, no sin discutir un poco, fue la de rodear la laguna y el glaciar por la derecha, casi sin nieve, bajando por una pedrera algo escarpada, que nos llevaba al recinto del refugio, prácticamente, por la vía directa. Me puse a bajar en cabeza, casi sin mirar atrás, con miedo a retomar la discusión. He de reconocer que el descenso no fue agradable, pero vi necesaria esa vía y ahora mismo, la volvería a usar.
Al llegar a la preciosa laguna nos relajamos un poco ante tal vista. Esos enormes bloques de hielo quebrado flotando en el agua de un azul frío tan extraño, el gran terraplén nevado que hacía cono hasta la laguna. Un rato con cara de tonto, se seca uno la baba con el antebrazo, da la vuelta y se topa uno de bruces con la senda que sube ya directamente al gran pico de la expedición... y su desnivel.










Ale! acabamos de bajar unos 200 metros de pedrera y ahora vamos a subir unos 500 para tocar el primer vértice. Esto ya está calentito.



Hecho. El primero de tres ya es nuestro.
Es mi segunda vez, pero la alegría de llegar es grande. ¡Qué felicidad, joder!



Laguna/glaciar y refugio de la caldera



Ahora viene cuando miras la hora, sacas cuentas y pagas los platos rotos. Es imposible que con tres horas de luz, más o menos, bajemos de aquí, subamos el pico de Alcazaba y regresemos al refugio. Im-po-si-ble.
Bien. Yo para atrás no voy. Paso de ir al refugio para luego volver a la mañana siguiente. Eso son horas perdidas e incremento de unos desniveles que se me van de las manos. No hace frío excesivo, y el aire no es muy fuerte, por lo tanto, descendemos a la laguna de la Hondera, unos pocos cientos de metros y a dormir donde sea, que para eso llevamos ropa, aislante y saco. De ese modo dejaríamos encarrilada la subida a Alcazaba para el amanecer y no perderíamos nada de tiempo.
Ahora lo difícil es transmitir eso a los otros. De este modo comenzó la disputa hasta el punto de dividirnos, porque uno quería volver hasta el refugio de la Caldera y esperarnos allí hasta la vuelta, perdiéndose el segundo pico, Alcazaba, y abandonando prácticamente la expedición. Menudo enfado pillé. No me hacía gracia ni que se fuese solo, ni la idea de continuar dejando de ser un trío. Así que la división sólo duró unos segundos, subí los metros que había bajado y lancé un órdago, apretándole las tuercas a mi compañero para hacerle ver que debíamos continuar, que el peligro no era tal y, aunque costara, había que descender un buen trozo para pasar la noche aunque fuese al raso, que no pasaría nada malo y al amanecer completaríamos el segundo objetivo y retomaríamos el camino de vuelta. Éste cedió y comenzó el descenso, supongo que con dudas, pero las pedreras, una vez que las empiezas, es costosísimo volver a subir por ellas, así que nos pusimos a bajar un poco desorientados y haciendo rodar piedras a mansalva, pero con el objetivo ya claro: el descenso hacia la laguna Hondera para descansar como buenamente se pudiese.
A eso de las diez de la noche y con los frontales puestos, ya sin luz solar, echamos el cierre a la jornada y montamos el vivac allí mismo, para comer unos sándwiches y algo de chocolate antes de descansar porque, dormir, lo que es dormir, no se pudo. Pasamos la noche regular. Ellos dicen que yo ronqué un rato, pero yo ni me enteré. Recuerdo casi todas las horas, la gran Luna casi llena, la desaparición de la misma, el cielo más estrellado que he visto en mi vida, el frío, las piedras que se clavaban por todo el cuerpo justo cuando pensabas haber pillado la posturita... No sé qué hora sería, mis compañeros estaban algo más resguardados que yo debajo de una gran piedra que les hacía un poco de techo para evitar el relente y, en una de las cabezadas, soñé que la piedra se quebraba de cuajo y los aplastaba, dejando sólo las piernas fuera con unos espasmos propios del accidente. ¡Qué pesadilla!. En ese momento ellos, igual que yo, apoyaban los pies en una roca para descansar del desnivel y no arrastrase montaña a bajo mientras dormíamos. Fueron los dos a apoyarse en una roca que no estaría bien sujeta y salió rodando, produciendo un ruido al rodar que, en medio de la noche y con la calma de allá arriba, produjo un gran estruendo, despertándome del inoportuno sueño macabro con tal susto, que me incorporé de súbito con el corazón a tope y ya no me dejó descansar nada más.










  Estaba deseando como un loco que saliese el sol, pero le pregunté a mi hermano la hora, siendo las 4:35... todavía quedaban por lo menos tres horas más allí tirados, y lo peor, el frío que hace al romper el alba creo que es el mas duro.






    Amaneció. Recogimos los bártulos y comenzamos a cruzar por piedras y nieve hasta la laguna.
Estaba a tope de agua, le manaba el deshielo por todos lados y por fin pude ver de dónde venía el sonido de los cencerros. Es uno de los pocos lugares que encuentras con algo de hierba y habían vacas pastando de buena mañana.






    Ya alejándonos de la Hondera comenzamos la subida a la cima de la Alcazaba por lo que más tarde conocí su nombre, "el colaero", una subidita bastante dura sin senda, hitos ni nada, que me llevó de cabeza de buena mañana. Nos hacía topar una y otra vez con una pared por la que no se podía pasar y el GPS me confundía más que ayudarme, hasta que decidí atravesar un nevero de unos cincuenta metros para cruzar al otro lado de la pared por donde parecía más llevadero. La nieve, al ser tan temprano estaba dura y resbalaba bastante, pero no iba a estar allí todo el día. Aleluya! por ahí estaba el terreno más transitado y apareció algún que otro hito, haciéndome ver que sí era viable el paso. Llamé a mis compañeros y al cuarto de hora ya los tenía a mi vera para proseguir hacia el segundo objetivo.








    Ya arriba del colaero se divisa el pico de la Alcazaba con sendos hitos de un metro de altura y algunas personas yendo hacia él. Ya pude yo descansar un poco, que di vueltas como un loco y deprisa para encontrar el camino y me pasaron factura en lo venidero.
Otra vez tuvimos problemas con el compañero para cruzar por el nevero, así que enfilamos la ladera que subía a la cumbre dando un rodeo inusual que no hizo nadie, excepto nosotros, pero esta vez sin discutir. Se veía la cumbre y aunque innecesario, preferí tomar el camino largo antes que perder el aliento explicando lo que se veía hacer a todo el mundo ante nuestros ojos.

Arriba pues. Segundo objetivo cumplido. De lujo. Esto cura todos los males y te llena de energías para seguir la marcha contento y con los obstáculos solventados.




 



De vuelta.
Ahora si que hay que desechar una vía por unanimidad. Por causas mayores. La ruta que yo tenía prevista bajaba por un barranco que me bastó un milisegundo para hacerle ascos. Ni hablar. Eso es impracticable para mí y para cualquiera que no esté loco de remate. Así que entablamos conversación con un trío de señores en el que uno de ellos, muy amablemente, nos dio todo tipo de indicaciones para lo que él creía que sería mejor: rodear el Mulhacén. Casualmente ellos marchaban ya para Trevélez, y un por par de kilómetros coincidíamos con ellos en la vuelta, así que nos pusimos en marcha los seis juntos, ahora sí, cruzando por el nevero que habíamos sorteado antes y tomando otra ruta muchísimo más suave que nos llevaría hasta la laguna de la Hondera de nuevo, donde ya nos separaríamos de ellos.
Da gusto encontrar gente amable y conocedora de los caminos, sobretodo si vas un poco inseguro y cansado, aunque te das cuenta que eres un pobre diablo que no tiene ni puta idea. Disfruté de ese rato, dejando la carga de la dirección de la ruta, que con los problemas que iban surgiendo me pesaban bastante en la cabeza y me hicieron preguntarme en ocasiones el porqué hago estas cosas en compañía. Yo puedo aguantar y sortear esos contratiempos en soledad bastante bien pero, con dos personas a tu cargo, los errores pesan el triple y desespera no saber hasta qué punto pueden estar ellos disfrutando entre las adversidades que pueden ir surgiendo.
Ya por nuestra cuenta nos acercamos a la Hondera, y con la mañana ya avanzada, el deshielo hacía que estuviese todo lleno de agua. Íbamos sorteando el agua pisando por los bloques de hierba que habían hasta que me quité la botas y dejé de ir dando saltitos como un tonto para refrescar los pies, y mis compañeros me siguieron. El agua, estaba a la temperatura que debía estar, considerando de dónde venía. Helada. Dar tres pasos con el agua a los tobillos era toda una faena, pero se agradeció el remojón, sintiendo los pies sedados. Fue una gozada disfrutar del lugar y de las caras que iban poniendo los otros conforme pasaban descalzos.








    Poco duró la fiesta, porque de ahí se engancha con la subida tradicional de Siete Lagunas a Mulhacén, aunque enseguida la dejamos en dirección contraria, hacia los neveros que buenamente nos explicó el compañero de las indicaciones para rodear la gran montaña.
Una vez encarrilado ese camino y con la laguna de la Caldera ya a la vista, después de una docena de kilómetros, llegamos a pensar que el rodeo que dimos fue muy grande. Hasta el punto de que todavía hoy no sé si hubiese sido mejor subir de nuevo al Mulhacén. Aunque la re-subida y bajada no son cualquier cosa, esquivarlo tampoco fue fácil. A las piernas ya les sobraban horas y el sol nos dio duro, porque fueron horas andando con el Lorenzo en el mismo lado y acabamos con las collejas coloradas.







A partir de aquí, el camino se hizo largo y pesado. Mis compañeros iban un poco más rápidos que yo y dejaba que pusiesen tierra de por medio. Ya estaba casi todo hecho, sólo había que seguir la pista que tan transitada estaba hasta el Veleta, recorriendo un ya conocido camino de vuelta, no necesitaban de mis indicaciones ya, así que relajé el paso y sufrí un bajón de ánimo bastante desagradable. Estaba muy cansado de tener que decirles por dónde debíamos ir, de transmitirle los problemillas que surgían, de tirar del carro todo el rato, de pensar en el agua que tanto cuesta acarrear y llegué a creer que ellos estaban hartos de mí (quizás lo estuviesen). Todo eso se fue pasando poco a poco, ya llegábamos, podíamos refrescarnos con las chorreras de agua fresca que manaban por tantos y tantos sitios, ver el fondo de las lagunas de allá abajo, llenas de agua tan tan clara...

    Cuando llegamos de nuevo a la laguna de la caldera, tuvimos la suerte de ver pasar a un par de valientes montañeros por el nevero que hay justo encima del glaciar. Era una gozada ver cómo caminaban por allá con paso lento, firme y constante.







Una vez cruzado los últimos neveros, el carácter calmado y ya con algunas risas echadas por ver a gente resbalar y caer de bruces en la nieve, llegamos al refugio del Veleta. Lo estaba deseando. Estaba loco por entrar dentro un rato, dejar la mochila de once kilos que llevaba conmigo desde lo que parecía un lustro, sentarme y comerme un sándwich de atún con olivicas deshuesadas rellenas de anchoa. empecé a salivar minutos antes, sólo de pensarlo. Parecía un manjar ese sencillo piscolabis pero en toda la ruta no llegué a sentir hambre. Ni yo ni nadie. La sensación del ejercicio incesante, el estrés, la altitud, la desorientación y otros motivos hacen que con algún puñado de nueces que alguien te obligaba u obligabas a comer , un poco de agua y una chocolatina esporádica, vayas funcionando sin querer nada más. Hasta algo de nauseas se sufrió también.

Ya con el estómago y el ánimo revitalizados, pero reventados como chicharras, nos quedaba lo mas fácil. Tomamos la senda que nos llevó al Veleta, esquivando a guiris y domingueros. Este pico es el que menos me agradó porque, al ser tan accesible, había mucha gente. Gente que se nota que no tienen muchas ganas de estar allí, cuando para nosotros era la puntilla de un gran esfuerzo que estaba a punto de culminar.

Tercer y último objetivo cumplido. Ole, ole y ole.
Al final, ha salido bien...



¡Toma ya!
Para mí, esto que hemos hecho es grande y lo recordaré siempre. Lo bueno, fue muy gratificante, y lo menos bueno, me ha enseñado y hecho aprender a base de tropiezos.



   Miren la siguiente fotografía, a mi me encanta: así nos encontramos en más de una ocasión, igual que el insecto, con el peso del agua y otras cosas a la espalda, y sin saber por dónde continuar...

Mariquita de siete puntos (Coccinella septempunctata)



Concluyendo, debo decir que ha sido una ruta espectacular, tanto por su belleza como por su dureza. Una fuerte experiencia con errores, soluciones, grupo, miedo, hambre, sed, frío, calor, sueño, angustia, dolor, peso, carga moral, desesperación, superación, satisfacción, gentes, amabilidad, sendas, neveros, glaciares, naturaleza, aire, alta montaña, pálpitos, altura, clímax, valor, empecinamiento, tozudez, arrastre, reto, META...

Tres grandes se comen a tres grandes.


    Si yo fuera mi compañero, creo que no haría ni la mitad de la mitad de las cosas que él hace, pero le forcé en contadas ocasiones porque creo, sinceramente, que tiene muchísimo menos miedo de el que él cree que tiene. Es un CAMPEÓN.
   Gracias a mi hermano Jorge y a mi compañero Agustín por formar parte del viaje y del entrenamiento para la ruta (en el Puig Campana y la Sagra) y perdón por haberos arrastrado a un fregado de estos. Creo que no contabais con algunas cosas, pero algunas sonrisas también se consiguieron, ¿no?.























Hasta pronto.