jueves, 25 de octubre de 2012

Monte de Salina

    Cuando creé este blog, tuve que ponerle nombre, evidentemente. No es que me resultara muy difícil ponerlo, a ver si me entendéis... pero mas tarde pensé en que podía inducir a la gente al error de pensar en mi soberbia. Un tío en el mundo, para mi, es "una persona mas de los miles de millones que hay", una mota de polvo, algo prácticamente insignificante (he ahí mi autoestima). Pero al poner "mundo"... esa palabra es muy grande para un zagal que conduce un rato y se echa una mochila al hombro unas horas para ir de aquí a allá zampándose unos bocatas de embutido autóctono (he ahí la otra manera de interpretarlo, que tanto difiere de la soberbia). 
   Bien. Explicado lo anterior, ya puedo decir que conozco  he recorrido muchos sitios de mi provincia (Alicante), de la vecina Murcia, y rozado Valencia y Albacete. Di un saltito cualitativo al marchar a la cima del  Mulhacén. Ahora he dado otro salto. He cambiado de país y de continente para subir un monte ni alto, ni difícil, pero sí muy curioso y muy lejano. Como siempre, al menos para mí.
    Todo comenzó con el viajecito que teníamos preparado para las ansiadísimas vacaciones. He de reconocer que mi objetivo principal de la estancia en Cabo Verde no era estar tirado en la hamaca de una de las espectaculares playas de la isla de Sal, que también, ni bañarme hasta arrugarme en sus aguas cristalinas y ser revolcado por sus enormes y divertidas olas, que también, ni disfrutar del complejo hotelero, sus bufetes, sus restaurantes temáticos, piscinas, tranquilidad y piñas coladas, que también, ni por visitar cráteres subacuáticos, flotar en sus aguas y bañarme entre sus géiseres, que también, ni disfrutar de los caboverdianos, su simpatía, su sonrisa, la belleza de sus mujeres (y sobretodo sus niñas con pelo claro y ojos verdes), su felicidad en la sencillez del anticonsumismo, su amor por los colores vivos reflejado en sus ropas y fachadas de casas y edificios, sus cuerpos atléticos, sus saltos y sus carcajadas espontáneas frente a nuestra estupidez, que también, ni por... en fin ...


Mi objetivo mas preciado era subir el Pico de Fogo, a 2.829 metros de altitud, cima del volcán en activo con el mismo nombre y situado en la isla caboverdiana del mismo nombre (dado por las erupciones). Ese objetivo no se pudo cumplir (Nos cambiaron el vuelo (Sal - Fogo) de Jueves a Domingo y había que pernoctar en Fogo, ya que el vuelo de ida y vuelta y el ascenso/descenso no se podía hacer en un día, aunque sí nos desplazamos allí en avioneta el domingo y disfrutamos de la isla, su vegetación, su cachupa (guiso tradicional), su café intenso y las ojipláticas vistas del Pico en Cha das Caldeiras (población a 1629 metros, en la falda del impresionante volcán).


Pico de Fogo 2.829 m.


   Pero bueno, voy a dejar de pensar en lo que no hice y centrarme en lo que sí hice. 
Al segundo día de estar allí, hicimos la típica excursión guiada para conocer la isla, que no es muy grande (30 km de norte a sur y 12 de este a oeste), yendo a los puntos mas importantes de la misma, así como a sus dos pueblos principales (Santa María y Espargos). Ahí conocí a Ademir Teixeira, de Espargos (Sal), descendiente de los Teixeira Barbosa de Fogo. Todo un personaje. Le conté el problema de la expedición al Pico de Fogo y le pregunté si él conocía a alguien que nos pudiese llevar a subir alguna montaña de la isla para poder quitarme el mono, porque en el paseo que dimos vimos alguna que otra montaña y las consideré como alternativa/tirita para la herida mental que tenía abierta. Como él mismo reconoció mas tarde, pensaba que "le estaba haciendo broma" , y por eso me siguió el rollo y me dijo que él mismo podría llevarnos a subir el Monte de Salina. Cuando ya al final del día empecé a intentar concretar la subida (día, hora, transporte...), entonces ya le cambió la cara y se lo creyó. "¿Pero estos españoles están locos, que vienen a Cabo Verde a subir montaña?. Yo creo que son los primeros extranjeros que van a subir el monte de Salina aquí en Espargos"- me soltó el colega, acostumbrado a pasear guiris gambas panzones cerveceros montados en autobús.
    Ya en Espargos, sentados en un bordillo cualquiera de una calle cualquiera y después de coger el coche que Ademir nos indicó (furgoneta de nueve plazas llena de caboverdianos que nos trasladaba de Sta. María a Espargos por 2€), estuvimos esperando más de una hora a Ademir. Es curioso. Cuando dos caboverdianos quedan, uno le pregunta a otro: "¿hora europea u hora de caboverde?". En función de la respuesta, pueden llegar tarde o no. Este cabrón quedó conmigo con la hora caboverdiana, pero como dice ellos: "esto es Cabo Verde No Stress". Así que...

    Partimos desde su casa, típica construcción bruta de bloques y cemento, fontanería y electricidad del año catapunchin y unos cuantos muebles recogidos de aquí y de allá. Eso sí. Limpios. Son gente muy limpia. Aunque vistan ropas ajadas en muchos casos, son gente que les gusta cuidar sus cuerpos e higiene. Puedes montarte en un vehículo lleno de personas, después de una jornada laboral, con el calor que hace allí y no darte ni cuenta. Eso lo quisiera yo para aquí.


    Son amantes del fútbol. Ya lo creo. En Espargos hay 3 ó 4 campos de fútbol, uno de ellos de césped. Sorprendente para una poblacón de unos siete mil habitantes. A partir de éste campo de fútbol ya nos encontramos el paisaje árido, seco y desforestado, típico de Sal y, el comienzo de la subida.










    La isla de sal es particular por sus fuertes y constantes vientos, ideales para practicar windsurf, otros deportes acuáticos y, como se ve en la foto superior, para obligar a los pocos árboles a crecer de esa forma tan peculiar.







    Espargos es la capital de Sal. Se ha desarrollado alrededor del Monte Curral, donde están instaladas las antenas protegidas por militares.

    A esta altura ye se puede ver todo el cráter de Pedra de Lume. Tiene aproximadamente 500 m de radio y es un volcán extinguido. En el área de éste se presenta la charca de evaporación de sal, creada de forma natural sobre un lago salado, formado a través de la filtración subterránea del agua marina, ya que la base del cráter está debajo del nivel del mar. Actualmente la extracción de sal está paralizada. La zona es propiedad de un italiano. Fue vendida por los portugueses antes de la independización de Cabo Verde. Para visitarla, flotar en sus densas aguas y notar los géiseres hay que pagar entrada.


    Había un teleférico que llevaba la sal del cráter a la fábrica, localizada en la costa, donde se transportaba a otras partes del mundo, principalmente África.












Ademir Teixeira, doble campeón de los 100 m. lisos en Cabo Verde. Un atleta divertido.






Cima del Monte de Salina







    A veces, las cosas no salen como uno quieren... Hacer miles de kilómetros con una idea en mente y verla truncada, es odioso. A mí, hasta las orejas se me pusieron coloradas de la ira cuando el agente de la compañía de excursiones "Barracuda" nos mareaba con la historia de que el avión de jueves estaba lleno, que saldría otro domingo, que no encontraba guía para ir al pico, que había que dormir en Fogo... Frustración en mayúsculas e impotencia. Le hubiese dado un guantazo que perfectamente podría haber ido el Ratoncito Pérez conduciendo un tráiler para recoger los dientes que le hubieran saltado de la boca al agente.
    Mirando atrás, ahora veo que es cojonudo canalizar la energía negativa en buscar alternativas, porque, de haber salido bien todo lo previsto, no hubiese paseado por Espargos por la noche, no hubiese conocido a Ademir, ni sus jodidas carcajadas a mansalva, ni a su familia, ni su casa, no habría presenciado lo amantes que son de la cultura brasileña haciendo rodas de capoeira en la calle, con la música en directo, incluyendo un tío tocando el berimbau, no sabría cómo sabe su ponche, ni el gran tamaño y sabor de sus langostas asadas, ni la textura del mango confitado... 

    Pero lo más importante: 

yo no tendría en mi mente la imagen de estas sonrisas.


Tu dret, Cabo Verde!
Obrigado.




 

domingo, 26 de agosto de 2012

Ascenso nocturno al Mulhacén (3479 m).

   Haciendo uso de la cronología mas exacta de la que yo recuerdo, voy a intentar explicar qué me ha llevado al subir, un poco a lo loco (para mi, porque para otros estará chupado... o no...), el Mulhacén.
   Escribo esto Lunes, 20 de Agosto de 2012. Bien, pues el año pasado por estas fechas, mis compañeros del club de montañismo, realizaron una salida para hacer el ascenso, a la cual yo no pude ir por motivos que ni recuerdo. Ya ahí me quedé muy con las ganas, porque si juntas las palabras excursión, montaña, la más alta de la Península, compañeros... pues como que se me hace la boca agua. En la tradicional comida de navidad hicieron un video-montaje en el que la alusión a dicha expedición no dejaba de golpear mi arrepentimiento produciendo una envidia cochina, que no he podido digerir... hasta el sábado pasado.
   Este año me puse en contacto con el presidente, para ver si había algo organizado hacia el rumbo de mi pequeña obsesión, pero no, no lo había y eso me deshizo un poco. Pero me reavivé como un resorte cuando  vi en el facebook del club que se organizaba dicho ascenso el próximo 24 de Agosto por parte de otra asociación amiga de Molina de Segura, poniéndome en contacto con ellos para hacerme un hueco con desconocidos que me brindaron enseguida la oportunidad... ¡Mierda! ¡No puedo! Tengo un evento ese día al que no debo dejar de asistir. ¡Joder! Me planteé muy seriamente ausentarme. Muy seriamente. Pero... ¿y si voy solo? puedo ir ya, este fin de semana, no faltaría al evento... yo solo... GPS... de noche... no conozco nada... no habrá luna, no veré prácticamente nada, pero de día... 35º... 2000 metros de desnivel... no importa nada, yo me quiero ir. Iré de noche, subiré del tirón, si todo va bien. Lo haré. Ya lo creo. Me muero de ganas, que es lo que me llevará arriba, ¡joder si me llevará!... ¿Cómo explico yo esto a mi esposa? Buf! fue lo más fácil. Creo que vio en mi cara que o lo hacía o se me llevaban los demonios. ¡Qué sol! Lo único que no le gustaba es que fuera sólo. Ahí entra en escena Agustín, compañero de trabajo, que se subió al carro, el último día, sin pensarlo mucho.
   Así que de este modo fugaz, le whatsapeé el inventario de mi mochila, para que lo calcara, ni el uno ni el otro conciliamos bien el sueño de Jueves, fuimos a trabajar el viernes con diez kilos de sueño y veinte de emoción y, a media tarde, lo recogí en su casa a él y al avituallamiento propio de una madre sobre-protectora envidiable con, entre otras cosas, un kilo de plátanos, companaje para parar un trolebús y sunny delight para un colegio entero... Dios mío..., ¿cuántos sherpas voy a necesitar? o_O

   Ya montados en mi Volkswagen de 2001 y con sus aprovechados ciento cuarenta y pico mil kilómetros, allá nos fuimos el par de cafres, sin casi saber dónde se le pone el acento a Trevélez, si en la primera, segunda o tercera "e". Porque desde allí íbamos a comenzar: ruta lineal Trevélez - Siete Lagunas - Mulhacén, ida y vuelta por el mismo lugar. Así pues, unos cuantos cientos de curvas a derecha e izquierda nos llevaron a Trevélez e intenté callejear un poco para acercarme lo máximo al comienzo de la ruta, con tal potra, que cuando decidí aparcar, no sólo estaba justo encima de la trazada de la ruta descargada en el GPS, sino que había adelantado casi un kilómetro de la misma en coche... yuhuu!
   Un par de coca-colas y media suculenta tortilla de patatas preparada por mi esposa para la ocasión, fue la comida más importante que íbamos a hacer en unas 12 horas, así que había ansia, pero no debíamos pasarnos, ya que estaba todo el trabajo por realizar.
   ¿Cómo debe de ser una cuesta, en uno de los pueblos con mayor altitud de España (1.476 msnm), para que sea denominada "Calle la Cuesta"? Por el amor de Dios..., ése y no otro fue el principio.
   Retomada la calle graciosilla, pasamos por el lavadero, que nos habría de refrescar a la mañana siguiente, y abandonamos el pueblo en dirección al Mulhacén, levantando la típica polvareda alpujarreña veraniega y topándonos con multitud de bichos.

















 



   De vez en cuando, había que parar, apagar los frontales y mirar al cielo. Es impresionante la cantidad y el brillo de las estrellas. Es una pena no poder captar eso y poder mostrarlo.






   Si es que, como dice Ted Mosby que le aconsejaba su mamá, en un capítulo de "Cómo conocí a vuestra madre": no puede pasar nada bueno después de las dos de la madrugada...
Bichos, bichos peligrosos, bichos asquerosos, vacas, sus mierdas de ellas, tropiezos, extravíos, dolores, sueño, calor, frío, situaciones desorientadoras, pérdidas de senda, hitos echados de menos, cansancio... pero lo mas angustioso fue la pregunta de mi compañero, después de estar casi arriba de las asombrosas "Chorreras Negras", y cuando de lo inclinado de la pendiente y la lentísima velocidad a la que se avanzaba, casi ni se movía el cursor del GPS, y, para rozar mi exasperación, el pobre, harto de ir como un burro con cabestrillo persiguiendo la zanahoria llamada Sergio, me soltó: "¿NO ESTAREMOS PERDIDOS?". ¡Buf! qué dolor de alma... aunque así fuera dormiríamos allí mismo y al alba retomaríamos la marcha, vamos, que peligro no habría, pero es que esa subida fue eterna. Levanté la cabeza y vi que la loma lateral de las chorreras alcanzaba su fin, con la poca luz que supongo que daban las estrellas y el frontal, porque la luna ni se olía, por lo tanto, ninguneé su pregunta y opté por echarle una pequeña porción de huevos (porque otras porciones me habrían de hacer falta después) para llegar hasta lo alto de la loma y tomar allí la decisión de continuar o no.


   Cara de tonto alegre se me puso una vez coroné dicha loma, porque me di de bruces con lo que parecía ser una senda, con su hito y todo... casi me pongo a saltar de alegría, y mi compi, ni os cuento...
Continuamos campantes, y a no más de 30 ó 40 metros, me di cuenta que estábamos cruzando por el refugio de la Siete Lagunas, que íbamos genial por la ruta escogida y de que casi dormimos, sintiéndonos extraviados, sin estarlo, a tiro de piedra de un puñado de tiendas de campaña que nos hicieron ver que existía la civilización que tanto echamos de menos en la soledad de nuestra subida. Ya echos polvo, todavía nos faltaban un par de horitas para llegar a la cumbre, pero la inyección de moral recibida al retomar la  senda, no nos hizo bajar la marcha que tanto vimos mermada unos minutos mas tarde, porque después de un falso llano, empezó la fiesta... la fiesta de verdad... desnivel y cansancio a chorros, mezclado con lo que parecía una borrachera, un colocón, o qué sé yo, proporcionado por lo que creo que fue el descenso de la cantidad de oxígeno en el aire y a nuestra falta de costumbre, ya que vivimos casi al nivel del mar y nos plantamos aquí de sopetón. Aquello era de risa, parecíamos pingüinos andando, casi sin poder hablar, sólo nos faltaba limpiarnos las babas en las mangas del forro polar, y los cabrones que se quedaban sobando en las tiendas no se despertaban, aunque sólo fuese por ver que sus luces nos perseguían y vernos azuzados por ellas. Habían veces que intentaba dar un paso y no podía por el peso de la mochila y al cejar me venía un poco atrás. Cuando ésto sucedía, mi compañero tardaba milésimas de segundo en chocarse contra mí, aprovechando yo ese ínfimo impulso para reanudar. Con esta estampa, y ya rompiendo el alba, por fin vi el vértice geodésico, pero no me alegré mucho, porque todavía faltaba un buen trecho y aumentaba el desnivel, si cabe. Después de lo sufrido, la ruina ya era la misma, así que solo quedaban unos pasos más, o unos muchos pasitos mas, porque aquello que dábamos no sé cómo denominarlo...

   Tiramos la mochila como si fuese a contagiarnos la lepra y la peste juntas, y a mí me dio la impresión que cuando cayó al suelo hizo un socavón, de lo pesada que yo la notaba.

   Llegamos al punto de las fotos de abajo y, como se puede ver, había que rodear el montículo y subir por detrás. Yo subí sin pensarlo, porque estaba loco por tocar el vértice y hasta me dieron ganas de llorar de la emoción y todo cuando lo hice, pero mi compi no quería, hasta que lo amenacé con subirlo a hostias... y lo hubiese hecho, ya lo creo... Quiero creer que parte de la tontería que llevábamos encima fuese mitad culpa del reventón, mitad culpa de la merma de oxígeno.
Sí. Lo del fondo es la poca nieve que queda sin derretir.

Vértice Geodésico del Mulhacén, punto más alto de la Península Ibérica

   Una vez arriba, con el reto conseguido, ya sólo nos quedaba lo que debía de ser lo mejor: echarnos un rato sin prisas, comer, beber, disfrutar del paisaje, descender, comer, beber (cosas que no pudimos hacer tranquilamente desde que comenzamos el ascenso) y digerir lentamente el subidón del trabajo duro realizado con éxito.

   Exceptuando el momento en el que vi llegar al lugar de la ceremonia a la que sería mi esposa, creo que es la cosa de la que más me he sentido orgulloso de hacer en toda mi vida. Sé que hay personas que pueden encontrar esto nada especial, porque ellos son capaces de mucho más, y yo les envidio, pero sin disponer de mucho tiempo ni haber sido muy deportista en toda mi vida, he notado que disfruto realmente con esto. Plantearme algo que casi me tira para atrás, planearlo sin vacilar ocupando mi mente durante días y verme capaz de realizarlo, pese a la dureza que es para mi ese esfuerzo, es una experiencia tan gratificante, un sentimiento tan embriagador, una potencia de orgullo envolvente tan grande, que dudo que haya droga en el mundo que pueda equipararse, porque, siendo sano, me quita las ganas de comer y de dormir.
   Oteamos los refugios vacantes situados en la cumbre y nos acercamos a uno de ellos, con tal suerte que uno de los que estaba vacío tenía una especie de mini-habitación/zulo, de unos dos metros de largo por uno de ancho por uno de alto, un cuchitril flipante de mucho cuidado que agradecí infinitamente, porque comenzaba a soplar un viento gélido del carajo y era la única construcción techada que había en kilómetros... e hice una reserva para dos, pese a los agujeritos soplantes entre las piedras, que supongo que iban incluídos en el precio y no nos iban a dejar olvidar, pese a estar refugiados, el lugar en el que estábamos.













   Yo no soy de fácil dormir, y aunque se lo juré varias veces a Agustín, no me creyó lo más mínimo el bribón. Una vez puestos los aislantes en el suelo y metidos en los sacos, guantes y gorros incluidos en el pack, dice el fiera que caí al instante. Y yo lo noté. Pensaba que me iba a costar conciliar el sueño, debido a la incomodidad de aquello y a mi falta de costumbre, pero es como si mi cuerpo le hubiese dado un bofetón ridiculizante a mano abierta en toda la cara a mi mente, le hubiese dicho: "cállate gilipollas" y hubiese tocado el botón de desconexión. Dormí. Y el de mi lado también.
   Hora y media solamente, reponedora en cada segundo de ella, pero hora y media fue lo que dormimos. El frío y el aire que entraba por los huecos no nos concedieron más tregua que ésa y tampoco hizo falta más, porque cuando recuperé la consciencia moví las piernas y descubrí que volvía a disponer de ellas, que no sabía yo si ellas estarían por la labor. Así retomamos la marcha, casi sin haber podido dormir y sin siquiera tomar un bocado. El viento, allí, crecía, y preferíamos buscar otro lugar para retomar el descanso. Ni imaginar puedo el clima en invierno aquí. Si en agosto es así, ¿en enero?...
   Sin pizca de ganas de mirar el GPS comenzamos a descender erróneamente y a empezar a disfrutar de las vistas, de una vez por todas, que ya tocaba. Gracias a la orientación del compañero y a las instrucciones de un muchacho que nos tropezamos, supe de lo equivocado que estaba en el camino escogido para descender. Supongo que sólo fueron unos 50 ó 60 metros, pero, cuando comenzamos a desandar, cuesta arriba, me dolía todo, y volvió de nuevo el cansancio de la noche anterior, que se esfumó rápidamente en cuanto volvimos a retomar la buena senda y ya descendiendo de nuevo. No más errores, joder.
 





  Está claro que en estas fechas el cuerpo agradece que el ascenso haya sido nocturno, porque el sol calienta lo suyo en la alpujarra, pero menos mal que ahora podemos ver estas estampas, que aunque áridas, son muy profundas, contundentes y preciosas.


   La verdad es que con estas distracciones parece que se reaviva el ánimo, las fuerzas y hacen odiosa la monotonía de la noche.



Hitos de mi vida, cómo os eché de menos en la oscuridad.




   Esta pequeña cascada con el musgo de color tan oscuro son "Las Chorreras Negras" y son el desalojo de las aguas de la laguna Hondera, que a la vez forman el río con el agraciado nombre "Culo de Perro". En la subida nos destrozó de lo lindo y ahora en la bajada nos martillea las ya maltrechas rodillas.


Esta larga subida se nos hizo interminable. INTERMINABLE.


   Muy pocos, pero algún rinconcito verde se puede encontrar por aquí. Se agradece.





   Refugio de la Campiñuela. Es uno de los puntos de interés de la ruta. Enfrente hay un grupo de pinos, que son el único vestigio de árboles que hay en toda la zona. Cuando subimos, estaba ocupado.

   


   No debe estar mal subir con un grupo y que unos caballos te suban tiendas, sacos, agua, comida, ropa y demás. La subida la haces más tranquila y la planificación de la mochila, ni te cuento. Así daría gusto estar unos días aquí arriba y disfrutar del paisaje lentamente, hasta que quede grabado en la retina.

   Desde aquí, mi humilde y casi abandonado blog, quiero dar las gracias al que fue mi compañero durante este viaje. Según él, orgulloso de lo realizado, pero si llega a analizar la locura, es probable que no se hubiese subido al carro. Espero que disfrutara tanto como yo y que sea consciente que aún nos pueden quedar muchas cosas más por hacer.

ÑAM, ÑAM!!
   Vale que no hicimos turismo por la zona, ni pernoctamos en ningún establecimento, siendo desconocedores de la zona y alrededores. Vale que hemos pasado por aquí fugazmente y no creo que nadie se haya fijado en nosotros excepto en el necesario baño en calzoncillos en el río. Pero irme de aquí sin comerme un alpujarreño y doble ración de jamón de Trévelez... ¡¡eso, ni en mis peores pesadillas!!
   

  Hasta pronto.