sábado, 4 de junio de 2011

Cañón de los Almádenes 2 .0

Si mi señora me dice que soy cabezón, es por algo.
Yo creo que más que por cabezonería, ha sido por mi curiosidad, y por lo que disfruto yendo de ruta, aunque sea solo. Como ya escribí, el primer intento de realizar la ruta murcianica del Cañón resultó frustrado, aunque acabó con buen sabor de boca (el baño extraordinario que me pegué y el paseo por el embalse "Alfonso XIII"). Pues no dejé pasar mucho tiempo sin terminarla, y no me importaría repetirla, desde luego, así que una semana después puse la alarma,  y me puse en marcha:
Debido a la semi-experiencia de la otra vez, estrené unos pantalones de esos que llevan una cremallera para quitar la pernera (camales en mi tierra), que me vinieron de perlas, ya que a las 8h. todavía hacía fresquillo y los espartos querían clavárseme en el alma. No se los permití.
Lo primero que encontré en el nuevo camino recorrido fue una borreguita silvestre, asustada por el estruendo que iría haciendo yo al caminar, en comparación con la fauna que habita esos lugares, cual Cienfuegos inexperto por las selvas vírgenes americanas.
Acto seguido ya pude empezar a divisar bonitas imágenes que me hacían olvidar los enredos de mi cabeza y poder disfrutar con los paisajes que esperaban a partir de entonces.

Dejando atrás un refugio que hay cerca de la entrada de la cueva de la Serreta (lástima que estuviese cerrada a cal y canto), finalizamos el prado de espartos y bajamos hasta un lugar apacible, donde podemos descansar un rato y disfrutar de la paz que nos brinda el lugar, el canto de las aves y el sonido del agua. Por favor, relájate, sube el volumen y dale al play...

Ascendemos las escaleras de piedra que nos llevaron hasta allí y después de sortear la valla sin ninguna dificultad, descubrimos la presa que, para los que no estamos acostumbrados, también nos ofrece una impresionante y algo vertiginosa panorámica cuando la curiosidad hace extender el cuello para apreciar la caída, mansa pero abundante, que nos ofrece el desbordamiento artificial del líquido elemento  por la pared de hormigón. Una paradita casi obligada.


Ahora llega la hora de reponer fuerzas con un buen bocata (esta vez de chorizo y queso de tetilla gallego que está de muerte), merecidísimo por cierto. No creo que el lugar escogido para tal tarea pudiese haber sido mejor: sentado en una grandiosa roca redondeada, parece que a posta para mis posaderas, con la imagen del fluir del agua abriéndose paso por las piedras, con el cañón enfrente y a mi espalda.
En lo alto del cañón los pájaros revoloteaban en sus nidos y a parte de eso, un silencio tan increíble, que hasta daba algo de miedo, haciéndome girar el cuello de vez en cuando para observar mi perímetro. Normalmente (el 99,9 % de las veces) odio mi despertador... he llegado a insultarle, sinceramente, pero hoy no... mi despertador aprieta, pero no ahoga... de vez en cuando me levanta para esto, gracias (esta relación amor odio se puede extrapolar a otras muchas cosas de la vida que no os gusten, para y piénsalo(me digo a mí). Habrá que ver el lado positivo, ¿no?)

Una vez liquidado el suculento bocata (no del todo, los pajaritos pudieron pescar algo), pude continuar por la senda de la Mulata, bien delimitada y sin ascensos muy bruscos. En ésta época del año, si existe el verbo "destelarañizar", eso es lo que hice, y si no existe, pues lo inventé yo ese día, a gusto además, claro. A partir de ese punto, ya empecé a encontrarme más senderistas que se cruzaban en sentido opuesto al mío y también al otro lado del cañón (demasiado tarde para mi gusto, prefiero madrugar un poquillo para evitar el calor del mediodía), convirtiendo la bonita ruta en lo transitada que debería ser. De vez en cuando, es sorprendente  dejar el camino y asomarte al cañón, las vistas desde unos 150m del río no deben ser desaprovechadas.

Y ya, sin más historia y después de analizar relajadamente todo lo que tu retina y tu cámara han ido inmortalizando, llegas a la carretera que conduce a la central eléctrica, donde puedes pegarte un baño en las aguas cristalinas que manan en ese lindo rinconcito que narré en la primera visita al sitio, o coger el coche y acercarte a tu pueblo a tomarte un par de cañas bien a gusto.
¿He dicho cañas? mmmm ¡qué ricas!.


Una buena ruta, de dificultad baja, de unos 11 Kilómetros en 3´5 horas como mucho, contando almuerzo, fotos y eso. Llévate a quien quieras. La única pega es sortear el zigzagueante campo de espartos, pero si algún pequeño precio hay que pagar, éste es de los menos.
Recomendable.

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